La preponderancia de Internet en nuestra sociedad es evidente. Cada vez son más las personas que la utilizan para desarrollar todo tipo de actividades (ej. ocio, negocios, entretenimiento, educación, etc.). De forma global, el número de usuarios de Internet pasó de solo 413 millones en el año 2000 a un estimado de 3.4 mil millones para inicios del 2016 (Roser et al, 2015). Según cálculos hechos por la Royal Society (2016) de Reino Unido, para el año 2020 se esperaba contar con una cifra de entre 26 y 50 mil millones de dispositivos conectados en línea. A pesar que el advenimiento del Internet ha representado un gran número de beneficios, este trajo consigo nuevos riesgos y retos.
Ejemplo de ello es el posible mal uso de la información personal de los usuarios. En el mundo moderno, el estado físico, mental y emocional de un individuo puede ser cuantificado en función de la huella digital que genera (National Academy of Sciences, 2015). Lo anterior dado que, a medida que las personas pasan más tiempo en línea, se van acumulando más datos relacionados a su situación laboral, financiera, médica, sexual, anímica, y de otro tipo. Además que, una vez que algo es publicado en este medio, dicha información puede ser guardada, replicada y combinada de forma ilimitada. Si bien existen entidades que tienen intereses legítimos en tener acceso a dicha información (ej. gobiernos, comunidades, negocios), esto multiplica las oportunidades de terceros para adquirir y hacer un uso indebido de dichos datos. Como consecuencia, la privacidad a la que tienen derecho los usuarios de Internet se ha convertido en materia de discusión a nivel internacional.